Comentario
Al llegar las corrientes románticas a España se incrementó el interés por el paisaje. Los pintores que pretendieron cultivarlo, al faltarles una tradición paisajística, tuvieron que buscar raíces extranjeras. Las recibieron en la mayoría de los casos en la propia España, debido al magisterio, directo o indirecto, de los pintores europeos que la visitaron en esa época. Tres fueron los influjos fundamentales que recibió el paisajismo romántico español: el británico, el francés y el de los Países Bajos. Pero hay que precisar que el paisaje español del romanticismo va unido a ese concepto, también tan romántico, de lo pintoresco. Por ello la presencia humana, de índole popular y costumbrista, o la arquitectónica, vienen a ser ingrediente fundamental, así como también las vistas de interiores, concebidas con un carácter casi paisajístico, de grandes y amplias perspectivas.
El más importante paisajista romántico del círculo madrileño es Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854), gallego formado en Cádiz, que recibió el influjo de la pintura de paisaje británica en Sevilla, por medio del pintor escocés David Roberts. Es un romanticismo paisajístico muy cercano a la escuela anglosajona de esta especialidad, uniéndose al de Roberts otros influjos británicos, como el de J. F. Lewis, el posible de Turner (Los Picos de Europa, Patrimonio Nacional), o el de T. Sidney Cooper (Paisaje con ganado, Museo Romántico, Madrid). Su técnica es muy empastada, nerviosa, y el colorido cálido, brillante, con una atmósfera vaporosa, produciendo ambientes de ensoñación, con arquitecturas medievales y personajillos populares, históricos u orientales. Y nada tan bello como su "España Artística y Monumental", magistral libro de viajes ilustrado de nuestro romanticismo.
Junto a este paisajista hay que destacar otros, como Antonio de Brugada (1804-1863), formado en París con Gudin y especializado en las marinas (El combate de Trafalgar, Patrimonio Nacional); Vicente Camarón (1803-1864), que acusa más fuertemente el influjo de los Países Bajos; Fernando Ferrant (1810-1856), cuyos paisajes tienen reminiscencias de los románticos alemanes; José María Avrial y Flores (1807-1891), discípulo de Brambilla, decorador, escenógrafo, paisajista y perspectivista; Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870), gran pintor costumbrista que cultivó el paisaje siguiendo la directriz británica de Pérez Villaamil (Castillo roquero, Museo Lázaro Galdiano) o la de los Países Bajos.
Además de éstos habría que citar a Juan Pérez Villaamil, hermano de Jenaro; Francisco de Paula Van Halen; José Brugada, hermano de Antonio, y Antonio Rotondo. Igualmente cultivaron un paisajismo de cierto corte romántico, ya en la segunda mitad del siglo XIX, Pablo Gonzalvo, Cecilio Pizarro, Vicente Poleró, Pedro Kuntz y Pedro Pérez de Castro. En el círculo sevillano hay que destacar a Manuel Barrón y Carrillo (1814-1884), el más característico paisajista romántico andaluz, con una concepción muy cercana a la de Pérez Villaamil (Vista de Sevilla desde la Punta del Verde, colección Ybarra), y a Andrés Cortés, cuyos paisajes se caracterizan por un eclecticismo que va desde el influjo británico (La Feria de Sevilla, Museo de Bellas Artes, Bilbao) al flamenco, además de la tradición murillesca.
Mientras, en Barcelona aparecen Luis Rigalt (1814-1894), hijo de Pablo Rigalt, cuyos paisajes, de románticas ruinas y monumentos, están en la linea de Pérez Villaamil, interesándose también por el paisaje de pura naturaleza; Francisco Javier Parcerisa (1803-1876), el más importante representante catalán seguidor de la corriente romántica de vistas de monumentos de nuestro pasado medieval, al estilo de David Roberts y Pérez Villaamil. Litógrafo primero y pintor al óleo después, es conocido fundamentalmente por su colección litográfica "Recuerdos y bellezas de España", y, en tercer lugar, Joaquín Cabanyes (1799-1876), cuya obra evoluciona desde el romanticismo a lo Pérez Villaamil hasta el naturalismo.